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‘New York goes to sleep’: la regeneración urbana de la metrópoli sin turistas

El rígido entramado neoyorkino se enfrenta a un nuevo reto con la pandemia que ha vaciado gran parte de sus espacios creados para los turistas. 

M. Tamayo

26 oct 2020 - 04:52

New York goes to sleep: la regeneración urbana de la metrópoli sin turistas

 

 

El atentado del 11S, el colapso financiero de 2008 o el huracán Sandy en 2012. El Covid-19 no es el primer evento traumático que tiene que superar la ciudad que nunca duerme. Nueva York ha sido el epicentro de la pandemia en Estados Unidos durante la primera ola y junto a otras capitales mundiales ha visto desiertas sus calles hasta el momento inundadas por turistas. 

 

La ciudad se ha sumado a las iniciativas de pacificación urbana que se han multiplicado durante la pandemia con la supresión de 65 kilómetros de carriles de coches para concederlos a ciclistas y peatones. 

 

Aunque, como otras grandes capitales, la falta de un colectivo, hasta el momento omnipresente, ha hecho tambalear el modelo urbano de la metrópoli. Las hordas de turistas que poblaban Times Square, Rockefeller Center, la Quinta Avenida y Central Park han desaparecido y no sé espera que regresen pronto. Una parte de la ciudad, que se había construido para aquella marea de visitantes, ha dejado de tener motivo. 

 

 

 

En las últimas décadas, la transformación de su espacio público se ha caracterizado por la creación de espacios colectivos para ver y no tocar”, señala Ana Morcillo Pallarés, arquitecta y profesora en Taubman College of Architecture and Planning, en la Universidad de Michigan, Estados Unidos.

 

Para Morcillo Pallarés, la construcción de estos espacios ha protagonizado la renovación urbana de la ciudad los últimos años. Estas zonas invitan a “la participación social indirecta y a la participación superficial”, creando espacios vitrina. “Estos espacios están diseñados con un potencial interés económico y son necesarios para fomentar una optimización del consumo y atraen al público foráneo y rechazan al local”, asegura la arquitecta. 

 

Ahora, el desafío de la arquitectura neoyorquina pasa por construir espacios comunes para los ciudadanos y no para los turistas. “Este es el gran reto urbano, el de cuidar el espacio colectivo, ya que es en este espacio y no otro en el que todos nos beneficiamos, participamos, disfrutamos y recibimos”, afirma la arquitecta. 

 

 

 

Un ejemplo de ello es la transformación de High Line en un parque urbano que sobrevuela los barrios de Meatpacking y Chelsea en Manhattan. Las antiguas vías del metro se han convertido en un pasadizo verde de 2,3 kilómetros de largo y que antes del Covid-19 recibía ocho millones de visitantes al año. 

 

El proyecto, ubicado en un barrio tradicionalmente de renta baja, supuso una revolución para la zona. En el año de su inauguración, 2009, se plantearon a su alrededor treinta proyectos inmobiliarios, de los que finalmente se acabaron construyendo once. La revitalización del barrio supuso un aumento de las rentas y acabó desplazando parte de los vecinos y sustituyéndolos por turistas. A su vez, los comercios locales cambiaron para satisfacer a los nuevos inquilinos de la zona. 

 

La celebrada transformación de la High Line ha supuesto desafortunadamente el fenómeno de gentrificación más rápido de la historia de la ciudad”, señala Morcillo, coincidiendo con uno de los impulsores del proyecto Robert Hammond, cofundador de la organización Friends of the High Line quien declaró que el proyecto había fracasado en su objetivo de unificar el barrio.

 

 

 

El proyecto se engloba dentro de la estrategia que siguió la administración de Michael Bloomberg. El magnate llegó al cargo en 2002 recogiendo una ciudad aún en shock tras los atentados del 11S y con un objetivo que “no era solamente recuperar y reconstruir el lugar, sino comenzar a restaurar la sensación de normalidad de la vida cotidiana y la fe que los ciudadanos habían depositado en el futuro”, según sus propias palabras. 

 

Bloomberg se mantuvo en el cargo hasta 2012. En esa década el mangante propulsó una recuperación económica y mejoró las estadísticas de paro, crimen y esperanza de vida, “Bloomberg lo consiguió gracias a la transformación de Nueva York en un producto de marca y en un destino turístico”, señala la arquitecta. 

 

Esta fórmula, que potenció un gran crecimiento a corto plazo, logró que en 2014 se alcanzara la cifra histórica de más de 56 millones de visitantes, la mayor cifra de todo el país. Aunque el modelo está agonizando en tiempos de Covid-19, para Morcillo, Nueva York se ha convertido en “una ciudad vacía donde los residentes que pueden permitírselo abandonan la ciudad en búsqueda de otras zonas menos densas, en la actualidad una ciudad en plena crisis económica y destrucción de empleo por la paralización del turismo tras la pandemia”. 

 

 

El primer borrador de Nueva York 

Tras 200 años de actividad frenética, la ciudad de Nueva York continúa bajo las normas de una retícula dibujada a principios del siglo XIX y que se consolidó con la urbanización del siglo XX. La plantilla surgió en 1811 de una comisión de políticos neoyorquinos que se dispusieron a organizar las 5.880 hectáreas de Manhattan. 

 

En aquella mesa de trabajo, se consideró que el río que rodeaba la península era suficiente espacio verde para esponjar la construcción de la ciudad y se distribuyó el territorio en cuadrículas urbanizables. La retícula dibujaba 155 calles y 12 avenidas creando una enorme trama urbana basada en rectángulos de setenta metros de anchura.

 

Los autores rechazaron la idea de crear entramados más irregulares que crearan plazas y avenidas puesto que “no había monumentos a resaltar como en las ciudades europeas” y llevaron el pragmatismo hasta las últimas consecuencias con la creación de “ángulos rectos que permiten casas de planta recta, fáciles de construir y fáciles de utilizar”.